Una noche, ya muy tarde, llegué a un pueblito perdido y, para mi sorpresa, los pobladores me estaban aguardando. Sin decir una palabra, me rodearon y me llevaron al centro de la plaza. Me ataron al tronco de un árbol y, en silencio, desaparecieron.
De mañana, temprano, regresaron. Y me dijo uno de ellos: "De lejos te vimos llegar pero nos dimos cuenta que venías sin tu alma. Tu alma te andaba buscando y por eso te amarramos, para que te encuentre. Ahora podemos soltarte”.
Al desatarme de aquel árbol, unas siglas tatuadas sobre la corteza del árbol en un idioma extraño llamaron mi atención: "ego non reditus".
viernes, 21 de septiembre de 2007
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